Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Bajo las nieblas de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Dos constructores de rutas

Con motivo del centenario de la basílica de Covadonga es inevitable recordar a uno de los impulsores de su construcción, don Máximo de la Vega, «el célebre canónigo de Covadonga», tal como le denomina Alejandro Pidal y Mon. Don Máximo formaba buen equipo con el obispo Sanz y Forés y con Roberto Frassinelli, y fue, de los tres, el que más estuvo a pie de obra: Alejandro Sanz y Forés, por su paso como arzobispo a Valladolid, y el defenestrado Frassinelli, a consecuencia de intrigas no del todo aclaradas; don Máximo de la Vega fue el único que permaneció vinculado a Covadonga del trío inicial. La gran obra de Covadonga se había puesto en marcha, y el 9 de septiembre de 1873 Sanz y Forés celebró la primera misa solemne en la santa cueva, sobre un altar portátil, inaugurando de este modo la festividad de Covadonga. Desgraciadamente, ninguno de los tres creadores de Covadonga estuvo presente en los solemnes actos de inauguración de la basílica de 1901. El primero en morir fue Frassinelli, en 1887. Benito Sanz y Forés murió en Madrid, siendo arzobispo de Sevilla, el 1 de noviembre de 1895. Todavía quedaba don Máximo de la Vega junto al cañón. Después de haber sido suspendidas las obras por el obispo Herrero y Espinosa de los Monteros, el sucesor de Sanz y Forés, don Máximo siguió trabajando por ellas. Tal era su unión con Covadonga que rechazó por dos veces el obispado de Mondoñedo, alegando: «Yo no puedo dejar Covadonga». Lucha para que el nuevo obispo, Ramón Martínez Vigil, reemprenda las obras; lucha para obtener dinero, que faltaba continuamente, y en su tenaz e infatigable lucha por Covadonga muere don Máximo de la Vega en Nueva, precisamente el 7 de septiembre, víspera de la Santina. Como relata su sobrino nieto el coronel Duyos: «Al ir rematándose las obras, seguía faltando dinero. Don Máximo volvió a Madrid y regresaba con la firme promesa de su envío. El tren se detuvo en Pajares por una imprevista nevada. Una noche con mucho frío y sin calefacción; y don Máximo llegó con fiebre muy alta a Covadonga. Fue diagnosticado de pulmonía doble y encomendado situarse en Nueva, al cuidado de sus familiares. Con diversas alternativas en varios meses de enfermedad, y a pesar de su fuerte naturaleza, no la superó, y a las seis de la tarde del día 7 de septiembre de 1896, el mismo día y hora que las campanas de la basílica tocaban por primera vez a vísperas, murió». Era hombre enérgico, de aspecto poderoso, tal como le retrata J. Ramón Zaragoza en un gran cuadro; cazador y montañero, hombre de acción acostumbrado a internarse en las vastas soledades de los Picos de Europa y tenaz y férreo administrador. Pidal y Mon le inmoviliza en una cacería en las cumbres, en el momento en que un cainejo está a punto de despeñarse. Era alto y muy fuerte, de carácter firme; «mandaba con la mirada».

Además de eclesiástico y cazador, don Máximo fue un constructor: no sólo de una catedral entre montañas, sino que abrió caminos en esas montañas construyendo la carretera Corao-Nueva de Llanes, una de las más hermosas de Asturias, que comunica la comarca de los Picos de Europa con la marina de Llanes. Don Máximo era natural de Nueva, donde había nacido en 1840, hijo del notario Benito de la Vega y de Teresa Corrales. Su tierra natal y su tierra de amor se encontraban al lado, separadas por la barrera de una montaña. Don Máximo abrió la montaña para no sentirse en Covadonga lejos de su casa, para no sentirse en su casa separado de Covadonga. El hombre que construye templos perfectamente puede construir caminos. Las agujas de la basílica de Covadonga, a las que la imaginación de Frassinelli había otorgado un aire germánico, señalan, en su verticalidad, el lugar del cielo, mientras que la carretera, difícilmente horizontal, repta sobre las montañas, y no sabe uno qué impresiona más: si ver abrirse el mar desde las alturas o ver, mirando en dirección contraria, el majestuoso espectáculo de los Picos de Europa.

No muy lejos de Covadonga, otro eclesiástico abrió caminos en los Picos de Europa. Nos referimos a Pedro Díaz de Oseja (1583-1665), nacido en Oseja de Sajambre y arcediano de Villaviciosa, impulsor de la gran ruta montañera que lleva su nombre: la Senda del Arcediano. En sus días, los caminos de Asturias eran tales que escribe el padre Carvallo que «no hay camino por donde puedan caminar quatro hombres de á cavallo a la par». Del mismo modo que don Máximo de la Vega entendió la necesidad de comunicar Covadonga con la costa, el Arcediano supo que era preciso abrir rutas en aquel monstruoso entramado de montañas que dieran salida a los valles altos de Sajambre y a la Meseta. Para ello aprovechó y ensanchó la calzada romana, con objeto de comunicar Amieva y Cangas de Onís con las tierras leonesas de Sajambre y Riaño. En rigor, esta senda son tres caminos: el que desciende desde Panderrueda hasta Oseja y Soto, alto pueblo fluvial; el que une Soto con Amieva por el alto de la Beza, y el que sale a Puente Dobra. La lucha por unir tierras y gentes reúne en el recuerdo a estos dos eclesiásticos, el Arcediano y el canónigo de Covadonga, unidos ahora a través de los siglos a la sombra de la basílica.

La Nueva España · 6 de septiembre de 2001